El arte perdido del servicio en sala


En el restaurante todo comienza mucho antes de que el cliente pruebe el primer bocado. Empieza con la manera en que lo reciben, con esa mirada del camarero que transmite si la casa está viva o si solo cumple el trámite de servir. Detrás de cada gran mesa no hay solo un chef, hay un ejército invisible de profesionales que hacen que la experiencia tenga sentido. O mejor dicho: había.

El servicio en sala vive tiempos difíciles. No es una catástrofe repentina, sino una lenta erosión. En muchos restaurantes se confunde amabilidad con obediencia y profesionalidad con rapidez. Pero el servicio es otra cosa: es el arte de leer al comensal. Saber si quiere hablar o prefiere el silencio, si necesita que le expliquen o que le dejen descubrir. Un buen camarero nunca pregunta “¿todo bien?”; observa, interpreta y actúa antes de que el cliente lo note.

Durante años, la restauración se obsesionó con la cocina abierta, los platos fotogénicos y el chef mediático. Y mientras tanto, el salón —ese escenario donde la experiencia se convierte en recuerdo— fue quedando en segundo plano. Se perdió la liturgia del carrito, el vino decantado en mesa, el pan cortado con elegancia, el mantel bien planchado. La velocidad reemplazó al ritual. Y en esa carrera, muchos restaurantes olvidaron que la comida se disfruta también con la mirada y la conversación.

No es nostalgia; es precisión. El servicio no es un adorno: es el esqueleto de la experiencia. Un mal servicio puede arruinar una gran cocina, pero un servicio impecable puede elevar incluso un menú sencillo. La técnica de sala —que en España tuvo verdaderos maestros— está desapareciendo de las escuelas y de la vocación. Hoy se habla más de “gestión de clientes” que de hospitalidad. Y no es lo mismo.

En mis primeros años, tuve un jefe de sala que nos hacía practicar cómo dejar el plato sin ruido. Si la porcelana tocaba la mesa con un golpe seco, volvíamos a empezar. “El cliente viene a descansar”, decía. “No lo sobresaltes.” Aquella frase, que entonces me parecía exagerada, hoy la repito a mis alumnos. Porque en la calma está el lujo, no en la cuenta.

Cuando un camarero te sirve el vino y sabe contarte su historia sin recitar la etiqueta, cuando una jefa de sala se anticipa a tus gestos sin invadir, cuando el equipo de barra sonríe porque quiere, no porque deba, uno siente que está en un lugar que entiende lo esencial: que comer es un acto de confianza.

Quizás el futuro de la restauración no esté solo en los robots ni en las reservas digitales. Tal vez la verdadera innovación sea recordar lo humano. Porque el sabor se olvida, pero el trato queda. Y el arte de servir —el de verdad— es el que convierte un plato en una experiencia y una comida en memoria.

Julián Serrano, chef y comunicador gastronómico español con más de dos décadas de experiencia en el sector de la restauración. Formado en la Escuela Superior de Hostelería de Sevilla y especializado en gestión culinaria, ha trabajado en cocinas de España y Francia, así como en proyectos de asesoría gastronómica para hoteles boutique y restaurantes de autor. A lo largo de su carrera, ha combinado la cocina con la palabra: ha sido colaborador habitual en revistas de hostelería y programas de radio dedicados al buen comer. Su voz mezcla la técnica de un profesional con la sensibilidad de quien ama la cultura que rodea a la mesa. Serrano defiende la idea de que la gastronomía es una forma de narrar el mundo: un lenguaje que une tradición, trabajo y placer. En su columna “Entre Fogones y Reservas”, reflexionará sobre la cocina, el servicio, el vino, la hospitalidad y todo aquello que da alma a la experiencia gastronómica.

Julián Serrano es colaborador destacado de Mundo Agropecuario

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